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Lo que Start-Up Chile nos dejó

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El programa que puso al país en la órbita mundial del emprendimiento está cambiando, y hay buenas razones. Un estudio encargado por el Ministerio de Economía que evaluó los proyectos liderados por chilenos entre 2011 y 2013 concluye que en conjunto no han logrado impactar significativamente en la economía.

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“¿Qué tal Start-Up Chile?”, fue lo primero que le preguntó Rosen Plevneliev, presidente de Bulgaria, al actual vicepresidente ejecutivo de Corfo, Eduardo Bitran, en 2012 en una conferencia internacional a la que él asistió como consultor. Luego fue el turno del primer ministro de Georgia, que se acercó a interrogarlo sobre lo mismo. Bitran no se olvidó del episodio, y la anécdota le sirve para mostrar que Start-Up Chile ha puesto al país en el mapa del emprendimiento.

El programa que nació en 2010 al alero del Ministerio de Economía y la Corfo, buscaba convertir a Chile en el polo de innovación de América Latina atrayendo proyectos extranjeros y chilenos de alto potencial pero en etapas tempranas de desarrollo para que utilizaran este país como una plataforma para salir al mundo. Para eso, desde entonces llama a concurso y les entrega a las startups (empresas emergentes, generalmente ligadas al rubro de tecnología) seleccionadas un subsidio de 20 millones de pesos, una visa de trabajo por un año si son extranjeros y acceso a una red de contactos para acelerar, ejecutar y potenciar su proyecto. Desde entonces, Start-Up Chile les ha entregado fondos a 1.309 proyectos en 16 rondas distintas, lo que le ha significado una inversión de alrededor de 40 millones de dólares a la Corfo.

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 En agosto esta institución dio a conocer un informe que encuestó a las startups que han participado en el programa, con el fin de medir su impacto global. La tasa de respuesta fue del 63,9 por ciento y los resultados indicaron que en total el portafolio creado vale al menos mil trescientos cincuenta millones de dólares, es decir 34 veces el capital invertido desde su creación, de acuerdo a los datos que entregan las propias empresas.

 Sin embargo, hay otro estudio, de la consultora Verde, el primer informe externo que se realiza, que es más crítico. Se llama Evaluación del programa Start-Up Chile de Corfo, se realizó en 2015 y fue encargado por el Ministerio de Economía. Para medir el impacto de la iniciativa revisaron los requerimientos del programa y les pidieron resultados a los beneficiarios de las nueve rondas de proyectos entre 2011 y 2013, es decir 785 startups: 590 de ellas eran empresas lideradas por un extranjero y como muy pocas contestaron, se centró en las chilenas, que son 195, y de las cuáles 118 entregaron los datos solicitados.

La conclusión del estudio es que la parte chilena del programa no ha tenido un impacto estadísticamente significativo ni en la continuidad de las startups, ni en formalización de la empresa en el país, como tampoco en obtención de utilidades o nivel de empleo, entre varios otros aspectos.

“No significa que no haya ningún impacto; pero si es que lo hay, es tan pequeño que no se puede detectar”, explica Catalina Gobantes, coordinadora de la investigación. Ella agrega además que compararon proyectos que se adjudicaron fondos por esta vía, con otros que también postularon pero no se los ganaron, y no había diferencias relevantes, es decir ser parte de Start-Up Chile no fue significativo para el posterior desarrollo de la empresa.

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 De acuerdo al estudio, un 15 por ciento de los proyectos beneficiados no logró formalizar su proyecto en Chile, el 66 por ciento no generó utilidades; el 41 por ciento no levantó capital después de pasar por el programa; y otro 41 por ciento terminó por abandonar el proyecto.

Otra conclusión es que el programa no dispone de servicios relevantes de guiado y apoyo a los emprendedores. Tampoco se monitorea el progreso de cada startup en términos técnicos y de negocio, ni se hace diferencia en las distintas etapas de desarrollo en que se encuentran las compañías.

El estudio dice, además, que Start-Up Chile no tenía herramientas para incentivar la permanencia en el país de los emprendimientos de alto potencial y que los criterios de selección de beneficiarios tampoco privilegian a quienes declaran su intención de quedarse para desarrollar sus negocios tras el fin del programa.

Según Catalina Gobantes, el problema es que el programa se propone muchos objetivos de distinta índole: generar emprendimientos de alto crecimiento, impactar en la economía, dinamizar el ecosistema, generar redes que promuevan la innovación y, además, que ponga al país en el panorama mundial del emprendimiento. “No le puedes pedir que cumpla tantos fines con un solo componente, que es la entrega de subsidio, asistencia a talleres y la participación de actividades con emprendedores o personas afuera del programa. No es esperable que una personas que recibió eso, al cabo de seis meses o de un año, tenga un emprendimiento super exitoso”.

 A su juicio, el punto más débil es la incapacidad de generar emprendimiento dinámico que genere impacto en la economía, porque “para lograr eso tienes que poner más esfuerzo en la fase de acompañamiento de los emprendedores beneficiados del programa”.

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 Ella es categórica y dice que el programa se vende mejor de lo que es. En relación al reciente informe que entregó las positivas cifras de valorización, dice que hay que tener cuidado, porque se basa en el autorreporte, y muchos emprendedores consideran como capital levantado los fondos que recibieron para su emprendimiento. “Se preocupan mucho de la valorización y en eso hay que ser un poco más crítico, porque creo que al largo plazo es más relevante el impacto que pueda tener una empresa en términos de ventas y número de empleos que genera, más que su valorización”.

El plan 2.0

Las conclusiones del estudio no cayeron bien en los responsables del programa, porque, como ejemplifica un conocedor del tema, “a nadie le gusta que le digan que su guagua es fea”.

Bitran, por su parte, reconoce que él no era un defensor del programa y que cuando asumió en Corfo en 2014, al terminar el gobierno de Sebastián Piñera, fue “un poco deslenguado” al criticarlo en una entrevista en Pulso y que incluso pensó en cerrarlo: “¿Por qué no lo hice? No dependía exclusivamente de mí, porque es una política pública”, explica. Sus críticas en ese tiempo se basaban en que la mayor parte de los proyectos venían de fuera de Chile y la tasa de retención de los startups en el país era demasiado baja, al igual que la generación de negocios. Pero agrega que hoy Start-Up Chile está modificando su rumbo. “No es fácil, pero estoy muy contento con el desempeño de Rocío Fonseca, su directora. Está en la tarea de hacer los cambios y de generar impacto”, dice y luego agrega muy confiado: “Estoy muy seguro de que si toma la generación del 2014 y se hace una evaluación en tres años más, el resultado va a ser muy distinto”.

La pregunta es por qué este estudio no incluyó los proyectos de ese año y sólo midió los beneficiados bajo el gobierno de Piñera. Bitran descarta una razón política. “Había que tomar los datos más recientes que uno tiene y tomar un tiempo para que las empresas salgan de la incubación, estén en el mercado y se puedan medir. La idea es evaluar el programa, no un gobierno”.

Con este estudio y otros elementos en la mano, en la Corfo han llegado a la conclusión de que no basta con entregar fondos y un contexto de emprendimiento, sino que ahora están creando un esquema de mentores que asesoren a los beneficiarios y los ayuden a vincularse con redes de negocios. Además, van a hacer un mayor seguimiento a la red de empresas que se van creando para, a la vez, fortalecer los vínculos entre ellas. Bitran hace hincapié también en que hay que hacer crecer la participación de chilenos para asegurar una externalidad mayor.

La responsable de implementar esos cambios es Rocío Fonseca, directora de Start-Up Chile, quien dice que los resultados de este estudio no la sorprenden, y que al momento de asumir la dirección del programa, en agosto del 2015, llegaron a conclusiones parecidas tras evaluar internamente el programa. “Este diagnóstico llegó cuando la enfermedad ya estaba en tratamiento”, asegura.

Fonseca reformó el programa y realizó un cambio radical en su objetivo: dejar de formar un ecosistema de emprendedores, por medio de extranjeros, para transformarse en la principal aceleradora de negocios de Latinoamérica. El cambio, que fue aprobado por el Ministerio de Economía y Corfo, comenzó en octubre del 2015, dando inicio a lo que se conoce ahora como “Start-Up Chile 2.0”. “Nuestro foco ahora es agregar valor económico al país. A largo plazo, esperamos diversificar la matriz económica, y a corto plazo, atraer emprendedores que vean como activo a Chile. Eso lo lograremos a través de la aceleración de negocios”, dice Fonseca.

Junto con la aceleración, también creó una red de empresarios, que tiene más de 80 socios, para establecer conexiones entre ellos y las startups. “Nos aseguramos que les va a ir bien, así aumentan sus ventas, el flujo de caja y la mentalidad. Las empresas van a empezar a ver que los emprendedores son tecnologías y que ellos llegan con soluciones”, afirma Fonseca.

Bitran, por su parte, ya no quiere cerrar Start-Up Chile y, por el contrario, es tajante para decir que hay que seguir entregando capital a las nuevas startups en el futuro.

¿Usted quiere que Start-Up Chile tenga impacto económico en el país? 

Sí. Si, al final tiene que crear empleo de calidad en Chile.

¿Qué plazo pone para eso?

El programa está creando empleos, pero la mayor parte fuera de Chile. Hemos establecido varios cambios, por lo tanto hay que darle tiempo para que no sólo tenga estos enormes beneficios reputacionales, sino que genere estos impactos notables.

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Fuente:La Tercera 
www.chiledesarrollosustentable.cl

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