Opinión
Energía nuclear: Un Chile atómico
Si es de los que rechaza a rajatabla la idea de sumar energía nuclear a la matriz, pues estas líneas no están escritas para usted. Aquí mostramos cómo sería el paisaje de nuestras costas y la institucionalidad del país si próximos gobiernos deciden darle más valor a las ventajas de la energía nuclear –cero emisión, costos competitivos, producción eficiente y confiable– que a su mayor flanco, la seguridad.
Kenting, Taiwán. Angra dos Reis, Brasil. Vandellós, España. Pichidangui, Chile. Cuatro turísticos balnearios del mundo que cada año reciben en sus arenas paradisíacas a miles de bañistas que llegan los días de calor con sus bolsos y quitasoles. Los surfistas se lanzan a las olas, los niños a la orilla para levantar castillos y otros tantos a nadar, dormir bajo el sol o, simplemente, no hacer nada. Habituados a estas rutinas es raro que los visitantes reparen en los techos redondeados que se ven a lo lejos y que albergan los generadores de energía nuclear de estos países, ubicados cerca de la costa para que el agua apoye los sistemas de refrigeración del reactor.
Es verdad que en las cercanías de Pichidangui no existe central nuclear alguna, como sí ocurre en Taiwán, Brasil y Japón. Pero el 2020 está a la vuelta de la esquina y a juicio de los expertos se trata de un horizonte razonable para contar con una de estas centrales en caso de que se tome la decisión política de entrar a la generación nuclear.
Pichidangui, Chorrillos, Mejillones, Totoralillo, Puertecillo o Los Vilos están en la lista corta de lugares en los que podrían emerger estos reactores y que nos pondrían a la par de Argentina y Brasil, únicos países de Sudamérica que le pusieron fichas a la opción nuclear para fortalecer sus sistemas energéticos.
La discusión sobre los pros y los contras de tener energía generada por reactores nucleares desata pasiones de lado y lado. “Poniendo fin a décadas de vacilación, Chile debe aprobar ahora el desarrollo de centrales nucleares por una empresa mixta, con plantas nucleares localizadas en el Norte Grande o al sur del Golfo de Taitao, alimentando la carretera eléctrica que deberá unir a todo el país” señaló días atrás desde la academia el economista de la Universidad Católica Klaus Schmidt-Hebbel, quien pone el acento en su diagnóstico de “aguda escasez de energía, reflejada en la cuadruplicación del costo marginal de la electricidad desde mediados de los años 2000”, cuando Argentina nos cortó el gas natural y aumentó el precio mundial del petróleo.
Desde la vereda de enfrente, Sara Larraín, directora de la ONG Chile Sustentable, señala que “son las Energías Renovables no Convencionales (ERNC) la alternativa más racional y más económica, considerando que se pueden poner a funcionar en corto plazo –y no en más de 20 años como sería la nuclear– que ya son competitivas y otorgan mayor independencia energética y seguridad en el suministro”.
Ni sueño ni pesadilla
No es misión de estas líneas dirimir una discusión que en el papel ya es intensa, sino más bien imaginar qué ocurriría en Chile si el Estado decide entrar en la carrera atómica. Los intentos por abordar la cuestión vienen desde los 80, momento en que los estudios de factibilidad arrojaron respuestas negativas. Recién el 2007, bajo la administración Bachelet, se reinician las prospecciones, creándose una comisión ad hoc y cuyas conclusiones están impresas en el informe “La opción núcleo-eléctrica en Chile”. Presidida por Jorge Zanelli, doctor en física e investigador del Centro de Estudios Científicos (CECS), más que respuestas, el documento buscó compilar el conocimiento mundial que hay sobre la materia y recomendar una serie de estudios más profundos sobre aspectos territoriales, ambientales, institucionales y económicos entre otros.
Según el diseño del Colegio de Ingenieros, para 2030 –con cuatro reactores operando– la energía nuclear podría representar el 26% del sistema.
El Presidente Piñera tomó la posta. Sin embargo, tras los efectos del tsunami en la planta nuclear japonesa de Fukushima a comienzos del 2011, el tema volvió a sumergirse. Pero no por mucho tiempo. El que los dos mayores proyectos de generación –la central termoeléctrica Castilla y las cinco centrales hidroeléctricas propuestas por HidroAysén– salieran del tablero de juego, volvió al ruedo la discusión sobre la forma en que Chile resolverá en el largo plazo sus problemas energéticos.
A comienzos de este año el mandatario recalcó durante la cena anual de la Energía que “nuestro gobierno no va a construir ni decidir la construcción de ninguna planta nuclear, pero estamos avanzando en conocer mejor esa energía, en capacitar mejor a nuestros ingenieros y en perfeccionar nuestra institucionalidad. Y nadie puede temer al conocimiento. Sólo los ignorantes le temen al conocimiento”. Dejaron pasar algunos meses y días atrás el subsecretario de Energía, Sergio del Campo, anunció que el primer trimestre del 2013 se “retomarán los estudios sobre la viabilidad de incorporar la energía nuclear a la matriz energética de Chile”, explicando que estos se focalizarán en dos áreas, la tecnología y la capacidad de las centrales.
Cabe recalcar que desde que finalizó la Comisión Zanelli, el 2008, a la fecha son varios los informes que se han sumando a la carpeta nuclear del Ministerio de Energía. Roles del Estado y el sector privado, percepción ciudadana, experiencia internacional en marcos reguladores, impactos y riesgos de la generación nuclear y adecuaciones al marco legal existente son algunas de las temáticas en que universidades chilenas, estudios de abogados y consultoras internacionales han opinado.
Poniendo todos estos elementos en la juguera es que suena razonable comenzar a pensar cómo sería Chile con la incorporación de generación nuclear en su matriz energética. Según el diseño del Colegio de Ingenieros, para 2030 –con cuatro reactores operando– la energía nuclear podría representar el 26% del sistema. Se convertiría así en la segunda fuente de importancia después de la hidroelectricidad (40%). Luego vendrían las ERNC con cerca del 15% y, finalmente, las centrales de gas y carbón. Así que, imaginemos.
No en mi jardín
Tres son las zonas estratégicas que los ingenieros definieron como posibles en su Programa de Desarrollo de Centrales Nucleares 2009-2030.La costa de Antofagasta es la primera. En una extensión de 250 kilómetros entre los puertos de Mejillones, Tocopilla y Antofagasta, la central que se plantase allí debería tener por finalidad abastecer al norte grande y la minería, hoy alimentada por termoeléctricas a carbón y plantas de ciclo combinado a gas y diésel.
El segundo sitio perfilado estaría en los 200 kilómetros que hay entre Tongoy y Pichidangui, desde donde se abastecería, principalmente, a la Región Metropolitana. Según Fernando Sierpe, ingeniero civil, ex director de Endesa, Edelnor y Edelaysen y uno de los tres autores de este programa, es en esta área donde debería levantarse el primero de los cuatro reactores que estiman debería tener Chile para 2030. La propuesta es que cada reactor cuente con una potencia máxima de 1.100 MW, generando 9.000 GWh al año. La sugerencia es que, por ser Santiago el mayor centro de consumo, este punto debería albergar dos reactores. En cuanto a la cantidad de personas que trabajaría en un reactor de estas dimensiones, el cálculo es entre 500 y 600 personas, siendo un 15% de ellos ingenieros nucleares.
De acuerdo con estudios de percepción ciudadana que tiene la autoridad, la imagen de la energía nuclear es sistemáticamente negativa y sin distinciones de edad, género y nivel socioeconómico.
El tramo entre Navidad (40 kilómetros al sur de San Antonio) y Pichidangui completa la propuesta. Con un reactor levantado en algún punto de esta línea, abastecería Santiago y la zona sur de Chile. A juicio de los expertos, los terrenos escogidos deben contemplar la posibilidad de ampliación, pensando en que haya espacio para levantar cuatro reactores por cada central. Pero eso sería para un horizonte mucho más allá del 2030.
La gracia de estas posibles ubicaciones es que conjugan la mayoría de los requisitos básicos que exige el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), dependiente de la ONU. Entre ellos, estar en zonas de baja densidad poblacional, cerca de los centros de mayor demanda eléctrica, cerca de abundante agua, cerca de puertos y caminos que faciliten la construcción y operación, cerca de las líneas de transmisión de energía, lejos de la contaminación ambiental, fuera de áreas ecológicas protegidas y de interés patrimonial e histórico. Por cierto, y eso será tema de estudios más específicos, será clave también considerar la actividad sísmica, posibles efectos de tsunamis y la ubicación de fallas geológicas. Diablo Canyon, por ejemplo, central nuclear californiana está rodeada de cuatro fallas, incluida la de San Andrés, y ya lleva tres décadas soportando terremotos.
Jorge Zanelli coincide en cuanto a la ubicación geográfica que podrían tener los posibles reactores como también con los tiempos. “En un escenario en que la demanda crece al ritmo de las últimas décadas, y suponiendo que se hicieran los grandes proyectos Hidroeléctricos de Aysén, la modelación del Ministerio de Energía realizada en 2009 indicaba que sería oportuno incorporar unas 5 centrales entre 2024 y 2030”. La diferencia en su mirada está en el tamaño de los reactores. “Hay una tendencia en la tecnología hacia reactores más pequeños, en torno a los 150 a 300 MW, que pueden operar como baterías modulares de varios GW. Estos reactores podrían ser menos propensos a una fusión del núcleo y podrían construirse en serie y ser ensamblados in situ, lo que bajaría costos y tiempos de construcción como de licenciamiento. Sin embargo, esa tecnología aún está en una fase experimental, pero quizás llegue a ser la tecnología dominante en las próximas décadas”, acota.
En cuanto a la inversión necesaria para este plan, ciertamente que la lista de supuestos es larga, particularmente en lo que se refiere a la tecnología que asegura los más altos estándares de seguridad. De todas formas, el Colegio de Ingenieros aventura un número para los cuatro reactores iniciales: entre los 12 mil y 15 mil millones de dólares, tomando como referencia las recientes compras de centrales hechas por los Emiratos Árabes a Corea del Sur.
Un modelo a considerar
¿Cómo se abordaría esta inversión? Todos los especialistas estiman que deben tratarse de empresas mixtas (Estado y privados) que tengan experiencia en la materia, criterios que quedarían claramente establecidos en las bases de licitación. “Un modelo interesante es el de Finlandia, donde el propietario y explotador de las centrales es un consorcio de grandes consumidores de electricidad”, precisa Jorge Zanelli.
Según las estimaciones, los cuatro reactores iniciales requerirían una inversión de entre los 12 mil y 15 mil millones de dólares.
Endesa, Suez, Duke son compañías cuyos ejecutivos habrían manifestado, privadamente, estar dispuestos a evaluar la inversión. Lo que claramente no están dispuestos a hacer, es ser parte de la campaña de opinión pública que deberá sensibilizar a los chilenos sobre la importancia de contar con energía nuclear en algún punto del borde costero nortino.
MZC Consulting fue la encargada de elaborar el informe sobre el Costo de la Energía Nuclear en Chile estableciendo en su documento que se trata de una opción competitiva frente a la que ofrecen los combustibles fósiles, destacando, eso sí, que se requiere del apoyo inicial del Estado. Al igual que las inversiones hidroeléctricas, la construcción de reactores nucleares es intensiva en capital al inicio. El gasto en operación, mantenimiento y administración en ambos tipos de centrales también es mayor que el de sus pares a carbón y gas. La cosa cambia al analizar los precios de los combustibles. Mientras en la energía hídrica es cero, y en la nuclear muy baja, para el carbón y el gas estos se disparan.
La campaña de imagen en la que debería invertir el Estado tendrá un buen desafío. De acuerdo con el estudio de percepción ciudadana que tiene la autoridad, la imagen de la energía nuclear entre sus encuestados es sistemáticamente negativa y sin distinciones de edad, género y nivel socioeconómico. Muerte, destrucción, bomba, Chernobyl, sucia y guerra son los conceptos que aparecieron de manera espontánea. Sin embargo, en paralelo, una gran mayoría reconoce su carencia de información y estar abierta al debate.
Si en diez años más tendremos una central nuclear en el norte dependerá de la institucionalidad que se dicte. Para ello, lo primero será contar con un órgano regulador independiente que autorice, inspeccione y establezca los criterios de seguridad.
Según el Colegio de Ingenieros y el informe elaborado por Barros Errázuriz en conjunto con la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, para ello se debe asegurar que “el organismo, que tendrá a su cargo el cumplimiento de los estándares de seguridad tecnológica y física de las instalaciones tenga la suficiente autonomía para tomar decisiones, y eventuales medidas coercitivas, sin interferencias o presiones de ningún tipo. Lo anterior, además, va de la mano de la necesaria credibilidad pública del órgano regulador, aspecto sustancial para lograr el apoyo ciudadano, lo que descansa en la independencia tanto de otras organizaciones gubernamentales como de grupos económicos que promueven tecnologías nucleares”.
Asegurar la independencia va de la mano con sus posibles integrantes. Una designación coordinada con el Congreso y nombramientos que no coincidan con el gobierno de turno son sugerencias para resguardar la independencia. También la aprobación de su presupuesto, el que debería ser enviado cada año al Congreso sin tener que ser visado previamente por el Ejecutivo.
Los países que siguen este enfoque se inspiran en la National Regulatory Commission (NRC) norteamericana, órgano regulador que le reporta directamente al presidente y que funciona como contraparte de lo que sería nuestro Ministerio de Energía. Otra posibilidad es que dicha entidad dependa de un ministerio específico, como ocurre en Brasil y Finlandia entre otros países.
Ejemplos para mirar se acumulan y recomendaciones de la OIEA sobran. Lo concreto es que cualquiera sea el esquema escogido se requerirá de un buen set de proyectos de ley. Fernando Sierpe, del Colegio de Ingenieros, cuenta que su diseño contempló seis años de discusión previa a la construcción de la primera central. La elaboración de estudios, la decisión por parte del Ejecutivo de dar la carrera y la discusión parlamentaria son parte de esta fase. Por lo mismo, explican, llevan varios años conversando periódicamente con senadores de todas las bancadas a fin de que se empapen de antemano con la materia. Misma tarea hacen regularmente con ejecutivos de las empresas eléctricas y empresarios.
Desde que se pone la primera piedra, cinco son los años promedio que toma levantar un reactor de uranio enriquecido sin torres de refrigeración como la que están planteando. ¿Qué ocurriría con el abastecimiento de las centrales? La respuesta que dan los ingenieros es muy práctica. El puerto que debe estar asociado al reactor recibirá cada tres años la carga de uranio necesaria para alimentar la central. “25 toneladas de combustible nuclear por año, 75 toneladas en total”, precisa Sierpe, el que entraría directo a la central sin necesidad de ser transportado por tierra.
El uranio se compraría vía leasing a los países productores, sistema que hoy promueve con intensidad la OIEA y que supone que el país que hace la venta se lleva de regreso los tubos en desuso para reciclarlos. Bajo esta mirada, las tres centrales que tendríamos en 20 años en la costa nortina se desentenderían de los desechos y sus efectos.
Fuente:www.capital.cl/negocios/energia-nuclear-un-chile-atomico
Desarrollo Sostenible
¿La Sostenibilidad se está estancando?
El Foro Económico Mundial (WEF), junto a Accenture, publicaron su informe anual sobre transición energética global, y la noticia es clara: el mundo atraviesa una fase de desaceleración. Pese a esto, no significa que la sostenibilidad esté muriendo. Todo lo contrario: los fundamentos que la sostienen son más sólidos que nunca.
El estudio «Fostering Effective Energy Transition 2025» muestra que el progreso hacia sistemas energéticos sostenibles, seguros e inclusivos se ha estancado por tercer año consecutivo. Las emisiones globales siguen altas, y las brechas entre países desarrollados y emergentes se amplían. Pero también deja señales inequívocas de que la transformación no se detuvo: los marcos regulatorios se siguen endureciendo, el financiamiento climático crece, y las cadenas de valor globales demandan trazabilidad, eficiencia y resiliencia.
La sostenibilidad no retrocede, se redefine
En 2025, hablar de sostenibilidad ya no es una declaración aspiracional. Es una exigencia de mercado. “Según datos recientes, más del 80% de las empresas líderes a nivel global han aumentado sus inversiones en sostenibilidad o mantienen su compromiso, incluso en un contexto desafiante”, comenta Belén Arce, líder de Sostenibilidad de Accenture. Las regulaciones como la European Union Deforestation Regulation (EUDR) o la Ecodesign for Sustainable Products Regulation (ESPR) siguen ampliando su alcance. “La innovación tecnológica en renovables, almacenamiento y trazabilidad no se detiene. Y los consumidores, especialmente los más jóvenes, continúan demandando coherencia y acción”, agrega.
América Latina: ¿dónde quiere estar en este nuevo mapa?
Arce asegura que para América Latina, el momento actual representa una encrucijada. Aunque países como Argentina, Uruguay o Costa Rica lideran el índice de transición energética regional, otras economías enfrentan desafíos estructurales: marcos regulatorios inestables, falta de infraestructura y acceso limitado a financiamiento.
Pero hay algo que no debemos perder de vista: la región cuenta con una matriz energética altamente renovable, recursos estratégicos como litio, cobre e hidrógeno verde, y un capital humano cada vez más comprometido con la transformación. Si se apuesta por políticas públicas inteligentes, alianzas público-privadas y planificación a largo plazo, América Latina y Argentina pueden tomar más protagonismo.
Lo que está en juego: competitividad y resiliencia
Los criterios climáticos influencian el nuevo orden económico internacional. “Acceder a mercados europeos, recibir inversión extranjera o participar en cadenas de valor globales dependerá del cumplimiento ambiental y social”, explica la líder de Sostenibilidad de Accenture. La sostenibilidad se ha convertido en un componente estructural de las estrategias industriales y geopolíticas de las principales potencias.
Si América Latina no acelera su transición, corre el riesgo de quedar fuera de las cadenas de valor que definirán el futuro económico: desde el hidrógeno verde hasta los minerales críticos y la electromovilidad.
Además, los riesgos de no actuar se hacen más visibles. No hay resiliencia energética sin sostenibilidad. La región necesita sistemas capaces de adaptarse a un entorno volátil, climático y geopolíticamente inestable. Y eso no se logra con soluciones del pasado.
El momento de actuar es ahora
En lugar de ver los retrocesos globales como una señal para frenar, América Latina debe leerlos como un llamado a liderar. La transición no está muriendo: está evolucionando. Y quienes sepan adaptarse con agilidad e inteligencia estratégica, serán quienes capitalicen las oportunidades.
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Opinión
Arquitectura con propósito: Diseñar para un futuro sostenible
Por Liset Sapaj, arquitecta y jefa Área de Especificaciones de Volcán.
En octubre conmemoramos a la arquitectura, aquella disciplina definida como el arte y la ciencia de planificar, diseñar y construir edificaciones, comunidades y otros entornos para ofrecer espacios funcionales, seguros, estéticos y por sobre todo sostenibles. Su gran objetivo: mejorar la habitabilidad y en consecuencia, la calidad de vida de las personas
¿Pero cómo seguimos adelante frente a la escasez de recursos naturales y la alta densidad demográfica de las ciudades? En este contexto, contribuir a urbes más amigables con el medio ambiente es algo crucial en el mundo de la construcción, donde cada diseño, desde la selección de materiales hasta la orientación de una fachada, puede generar un impacto positivo.
En esa línea, la construcción industrializada y modular ha demostrado ser una gran aliada para alcanzar estos objetivos. Los Métodos Modernos de Construcción (MMC), tal como los explica la Guía del Centro Tecnológico para la Innovaciones en la Construcción (CTEC)[1], permiten organizar soluciones constructivas que hacen los proyectos más eficientes y sostenibles. Estas metodologías, hoy aplicables, revelan que es posible construir con rapidez y calidad ahorrando agua, tiempo y energía.
En tanto, la actualización de la reglamentación térmica en Chile a partir de noviembre próximo, será otro paso importante para elevar los estándares de confort y eficiencia en los edificios. Este cambio requiere colaboración entre arquitectos, ingenieros, fabricantes y constructores, abriendo la puerta a proyectos más responsables en todo sentido.
En este mes de reflexión, vale recordar que la arquitectura no solo crea espacios físicos: también construye comunidad, identidad y futuro. Diseñar con conciencia es la mejor manera de honrar nuestra profesión y de aportar a un mejor mundo.
Columna de Opinión/Liset Sapaj, arquitecta y jefa Área de Especificaciones de Volcán
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Opinión
Eficiencia Energética: La energía más limpia es aquella que no se consume.
Por María Luisa Lozano, experta en eficiencia energética y CEO de EMMA Energy
En la discusión sobre transición energética solemos pensar en grandes parques solares y eólicos, en hidrógeno verde y en electromovilidad. Sin embargo, hay un recurso que muchas veces pasa inadvertido y que es, al mismo tiempo, la herramienta más rápida, costo-efectiva y transversal para reducir emisiones: la eficiencia energética.
En Chile, la Ley 21.305 de Eficiencia Energética marcó un hito al obligar a los grandes consumidores a gestionar su uso de energía y abrir un camino hacia un consumo más racional. Pero la experiencia internacional y, sobre todo, los escenarios de la Planificación Energética de Largo Plazo (PELP) 2023–2027, recientemente aprobada por el Ministerio de Energía y publicada en el Diario Oficial, muestran con claridad que cumplir con lo mínimo ya no es suficiente. Si realmente queremos alcanzar la meta de carbono neutralidad al 2050, la eficiencia energética debe dejar de ser vista como un complemento y pasar a ser un pilar estructural de la estrategia climática.
La razón es simple. La energía más limpia es aquella que no se consume. Un edificio con aislación térmica avanzada, un sistema de calefacción distrital, una flota minera que optimiza sus consumos o un proceso industrial que reduce pérdidas energéticas generan impactos inmediatos. Menor presión sobre la infraestructura eléctrica, menos emisiones locales y globales, y un ahorro económico que fortalece la competitividad. Además, incluso las energías renovables, que emiten mucho menos que los combustibles fósiles en su operación, tienen una huella asociada a lo largo de todo su ciclo de vida (desde la extracción de materias primas y los traslados hasta la construcción, el uso y la disposición final de equipos). Por eso, no basta con reemplazar combustibles fósiles por renovables: reducir la demanda es siempre la manera más efectiva de evitar emisiones.
Los escenarios de la PELP son ilustrativos. En el de recuperación lenta, la eficiencia queda reducida a un cumplimiento normativo básico, con avances marginales. En el escenario de carbono neutralidad, en cambio, se expande en todos los sectores productivos y residenciales y se combina con la electrificación y las energías renovables. Finalmente, en la transición acelerada, hablamos de “Net Zero Buildings”, gestión inteligente de la demanda y alta penetración de tecnologías que permiten usos térmicos y motrices electrificados. La diferencia entre esos caminos marca el contraste entre rezagarnos o liderar la transición energética global.
Desde la perspectiva de política pública, esto exige coherencia y ambición. Programas de aislación en viviendas sociales, incentivos al recambio tecnológico en pymes y grandes industrias, regulaciones más exigentes en construcción y campañas educativas que muestren a la ciudadanía que eficiencia no significa privación, sino mejor calidad de vida. Para la industria minera, además, representa un desafío de competitividad, ya que los mercados internacionales valoran cada vez más el cobre, el litio o el hidrógeno de baja huella de carbono, y la eficiencia energética es parte de esa credencial verde.
La carbono neutralidad no se logrará únicamente instalando más megawatts renovables. El futuro se definirá también en las pequeñas decisiones, como la forma en que aislamos nuestros hogares, la gestión digital de la demanda eléctrica o la capacidad de reducir consumos innecesarios. La eficiencia energética es, en definitiva, el “primer combustible” de la transición, invisible pero decisivo.
Columna de Opinión/María Luisa Lozano, experta en eficiencia energética y CEO de EMMA Energy
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Opinión
Tecnología para una Agricultura Resiliente
Por: Luz María García, Gerenta General de ACTI
Chile ha construido gran parte de su identidad en torno a la agricultura, un sector que no solo provee alimentos, sino que también impulsa empleo, exportaciones y desarrollo territorial. Sin embargo, hoy enfrenta un escenario desafiante: crisis climática, escasez hídrica, presión sobre los costos y una demanda global de alimentos en aumento.
El problema no es menor. Según la Fundación para la Innovación Agraria (FIA), en Chile, cerca de un 34% de los agricultores declara no invertir en equipamiento tecnológico, y quienes lo hacen renuevan sus equipos cada cinco años o más. A esto se suma que un 70% de las pymes mantiene bajos niveles de digitalización, de acuerdo al Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Una brecha que limita la competitividad frente a mercados internacionales cada vez más exigentes en trazabilidad, eficiencia y prácticas sostenibles. ¿Cómo podemos esperar que nuestra agricultura siga siendo motor económico si no habilitamos condiciones para que incorpore inteligencia artificial, sensores, drones y sistemas de riego inteligente?
Las evidencias ya son claras. La incorporación de drones para monitoreo de cultivos permite reducir pérdidas por plagas y optimizar cosechas; actualmente operan más de 300 mil unidades a nivel global y su uso en Chile crece exponencialmente, conforme al reporte “Tecnologías y Empleo en la Agricultura: Contextos Globales y Regionales” elaborado por el Observatorio Laboral Araucanía. Los sensores de humedad y nutrientes entregan datos en tiempo real para ajustar decisiones críticas, mientras que la analítica predictiva, soportada por inteligencia artificial, anticipa escenarios climáticos adversos. Se estima que hacia 2030 el mundo enfrentará un déficit del 40% entre oferta y demanda de agua, lo que hace urgente masificar tecnologías de riego eficiente y reutilización hídrica.
Desde ACTI hemos planteado en nuestro documento posicional que la clave está en el uso estratégico de la tecnología en sectores productivos tradicionales, entre ellos la agroindustria. Proponemos una política pública intersectorial entre el Ministerio de Economía y el de Agricultura que impulse programas de adopción tecnológica, reduzca costos y aumente la productividad en territorios rurales. Asimismo, insistimos en que la inteligencia artificial sea habilitada como motor de productividad, financiando líneas de investigación aplicada en agricultura y garantizando marcos normativos que promuevan la innovación sin sobrerregulación.
El rol de la tecnología no se agota en la eficiencia. También es una herramienta para la inclusión regional. Los sistemas de monitoreo remoto, el acceso a plataformas colaborativas y el e-commerce agroalimentario permiten a productores de zonas aisladas conectarse con mercados globales. Esto abre la puerta a descentralizar oportunidades y a que la economía digital se convierta en un vector de desarrollo territorial.
La agricultura del futuro no puede construirse de espaldas a la transformación digital. Requiere inversión en talento, marcos regulatorios inteligentes y una alianza sólida entre Estado, empresas y academia. Los países que han logrado liderar esta transición lo hicieron equilibrando protección y fomento a la innovación. Chile tiene la oportunidad de replicar ese camino, pero debe decidirse a tiempo.
Si algo nos enseña la historia agrícola de Chile es que siempre hemos sabido adaptarnos. Hoy esa adaptación se llama digitalización y apostar por ella no es una opción, es una necesidad estratégica para el futuro de nuestro país.
Columna de Opinión/Luz María García, Gerenta General de ACTI
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Chile frente al desafío de ser Hub Digital
Por Carlos Giraldo, Country Manager de IFX Chile
El mundo genera datos a una velocidad sin precedentes. Cada interacción digital, desde una foto almacenada en la nube hasta los algoritmos de inteligencia artificial, incrementa una demanda que no conoce retroceso: más capacidad de cómputo, más almacenamiento y, en consecuencia, más data centers.
En este escenario, Chile ha sorprendido. Nuestro país ocupa hoy el segundo lugar en capacidad instalada en Latinoamérica, con cerca de 270 MW, superando a economías mucho más grandes. Este logro no responde a la casualidad, sino a la visión estratégica que, durante más de una década, ha tratado la digitalización como una política de Estado. Agenda digital, cables submarinos, ley de protección de datos y un marco regulatorio sólido han sido las bases de esta ventaja competitiva.
Pero un hub digital no se sostiene solo en infraestructura. Chile ofrece también condiciones únicas: conectividad de alta velocidad, estabilidad jurídica y una ubicación privilegiada en el Pacífico que nos conecta con el Cono Sur y Oceanía. Todo ello nos convierte en un nodo natural para la región.
Sin embargo, el desafío es inmenso. La industria de data centers depende de un insumo crítico: la energía. Con el crecimiento exponencial de los datos, la demanda eléctrica de estas instalaciones se multiplica y amenaza con sobrepasar la capacidad actual de generación y transmisión. En este punto, el debate ya no es si necesitamos nuevas fuentes, sino cuáles adoptaremos. Desde renovables hasta la energía nuclear de nueva generación, la discusión debe ser técnica, pragmática y urgente.
Nuestro país tiene la oportunidad de pasar de ser receptor de inversión tecnológico a convertirse en líder en innovación digital. La clave estará en no perder el impulso, consolidar el trabajo público-privado y anticipar los retos energéticos que definirán la competitividad de los próximos diez años.
Un hub digital no es un punto de llegada: es una carrera de resistencia. Y Chile debe estar preparado para correrla.
Columna de Opinión/Carlos Giraldo, Country Manager de IFX Chile
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