Opinión
Tecnología y seguridad: El desafío de construir ciudades más inteligentes y protegidas
Por Giorgio Cuneo, Director de Territorio para Motorola Solutions en Chile
La sensación de inseguridad se ha instalado con fuerza en la vida urbana chilena. Según la ENUSC 2024, el 87,7% de los hogares cree que la delincuencia ha aumentado, y casi un tercio ha sido víctima de un delito en el último año. La cifra no solo refleja una realidad preocupante: exige una transformación profunda en cómo enfrentamos el problema.
En este contexto, pensar en ciudades inteligentes no puede reducirse exclusivamente a mejoras en el transporte, iluminación o eficiencia energética. Una ciudad verdaderamente moderna debe ser, ante todo, una ciudad segura y que proteja a sus habitantes. No se trata de futurismo, sino de aplicar herramientas que ya están disponibles y han sido probadas en otras latitudes con buenos resultados para anticipar, prevenir y responder mejor ante las amenazas.
Nuestra capital: Santiago, hoy reconocida como la ciudad más inteligente de América Latina por el índice IESE Cities in Motion, tiene una ventaja comparativa que no podemos desaprovechar. Contamos con la infraestructura y con las capacidades técnicas para avanzar hacia un modelo en donde la tecnología esté al servicio de la seguridad pública y la protección del ciudadano.
Esto implica un trabajo continuo para integrar plataformas de comunicación para momentos críticos, análisis de datos en tiempo real, video seguridad inteligente y centros de control interoperables. Tecnologías que ya no son un lujo, sino un imperativo. La inteligencia artificial permite hoy ayudar a los elementos de seguridad pública a identificar patrones, detectar comportamientos inusuales y generar alertas preventivas con un nivel de precisión impensado hace una década.
Casos como Singapur, que ha logrado altos estándares de seguridad urbana gracias a un ecosistema tecnológico articulado, muestran que este camino es viable y efectivo. La clave no está en reemplazar el trabajo humano, sino en potenciarlo con sistemas que entreguen información oportuna y confiable para tomar decisiones más rápidas y eficaces.
Aumentar la dotación policial o endurecer penas es solo una parte del plan. La seguridad urbana del siglo XXI necesita planificación estratégica, tecnologías confiables y colaboración entre distintos niveles del Estado. Apostar por ciudades más seguras e inteligentes no solo mejora la calidad de vida: también reconstruye confianza, fortalece el vínculo entre ciudadanía e instituciones públicas y permite que el desarrollo urbano tenga un sentido compartido.
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Desarrollo Sostenible
¿La Sostenibilidad se está estancando?
El Foro Económico Mundial (WEF), junto a Accenture, publicaron su informe anual sobre transición energética global, y la noticia es clara: el mundo atraviesa una fase de desaceleración. Pese a esto, no significa que la sostenibilidad esté muriendo. Todo lo contrario: los fundamentos que la sostienen son más sólidos que nunca.
El estudio «Fostering Effective Energy Transition 2025» muestra que el progreso hacia sistemas energéticos sostenibles, seguros e inclusivos se ha estancado por tercer año consecutivo. Las emisiones globales siguen altas, y las brechas entre países desarrollados y emergentes se amplían. Pero también deja señales inequívocas de que la transformación no se detuvo: los marcos regulatorios se siguen endureciendo, el financiamiento climático crece, y las cadenas de valor globales demandan trazabilidad, eficiencia y resiliencia.
La sostenibilidad no retrocede, se redefine
En 2025, hablar de sostenibilidad ya no es una declaración aspiracional. Es una exigencia de mercado. “Según datos recientes, más del 80% de las empresas líderes a nivel global han aumentado sus inversiones en sostenibilidad o mantienen su compromiso, incluso en un contexto desafiante”, comenta Belén Arce, líder de Sostenibilidad de Accenture. Las regulaciones como la European Union Deforestation Regulation (EUDR) o la Ecodesign for Sustainable Products Regulation (ESPR) siguen ampliando su alcance. “La innovación tecnológica en renovables, almacenamiento y trazabilidad no se detiene. Y los consumidores, especialmente los más jóvenes, continúan demandando coherencia y acción”, agrega.
América Latina: ¿dónde quiere estar en este nuevo mapa?
Arce asegura que para América Latina, el momento actual representa una encrucijada. Aunque países como Argentina, Uruguay o Costa Rica lideran el índice de transición energética regional, otras economías enfrentan desafíos estructurales: marcos regulatorios inestables, falta de infraestructura y acceso limitado a financiamiento.
Pero hay algo que no debemos perder de vista: la región cuenta con una matriz energética altamente renovable, recursos estratégicos como litio, cobre e hidrógeno verde, y un capital humano cada vez más comprometido con la transformación. Si se apuesta por políticas públicas inteligentes, alianzas público-privadas y planificación a largo plazo, América Latina y Argentina pueden tomar más protagonismo.
Lo que está en juego: competitividad y resiliencia
Los criterios climáticos influencian el nuevo orden económico internacional. “Acceder a mercados europeos, recibir inversión extranjera o participar en cadenas de valor globales dependerá del cumplimiento ambiental y social”, explica la líder de Sostenibilidad de Accenture. La sostenibilidad se ha convertido en un componente estructural de las estrategias industriales y geopolíticas de las principales potencias.
Si América Latina no acelera su transición, corre el riesgo de quedar fuera de las cadenas de valor que definirán el futuro económico: desde el hidrógeno verde hasta los minerales críticos y la electromovilidad.
Además, los riesgos de no actuar se hacen más visibles. No hay resiliencia energética sin sostenibilidad. La región necesita sistemas capaces de adaptarse a un entorno volátil, climático y geopolíticamente inestable. Y eso no se logra con soluciones del pasado.
El momento de actuar es ahora
En lugar de ver los retrocesos globales como una señal para frenar, América Latina debe leerlos como un llamado a liderar. La transición no está muriendo: está evolucionando. Y quienes sepan adaptarse con agilidad e inteligencia estratégica, serán quienes capitalicen las oportunidades.
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Opinión
Arquitectura con propósito: Diseñar para un futuro sostenible
Por Liset Sapaj, arquitecta y jefa Área de Especificaciones de Volcán.
En octubre conmemoramos a la arquitectura, aquella disciplina definida como el arte y la ciencia de planificar, diseñar y construir edificaciones, comunidades y otros entornos para ofrecer espacios funcionales, seguros, estéticos y por sobre todo sostenibles. Su gran objetivo: mejorar la habitabilidad y en consecuencia, la calidad de vida de las personas
¿Pero cómo seguimos adelante frente a la escasez de recursos naturales y la alta densidad demográfica de las ciudades? En este contexto, contribuir a urbes más amigables con el medio ambiente es algo crucial en el mundo de la construcción, donde cada diseño, desde la selección de materiales hasta la orientación de una fachada, puede generar un impacto positivo.
En esa línea, la construcción industrializada y modular ha demostrado ser una gran aliada para alcanzar estos objetivos. Los Métodos Modernos de Construcción (MMC), tal como los explica la Guía del Centro Tecnológico para la Innovaciones en la Construcción (CTEC)[1], permiten organizar soluciones constructivas que hacen los proyectos más eficientes y sostenibles. Estas metodologías, hoy aplicables, revelan que es posible construir con rapidez y calidad ahorrando agua, tiempo y energía.
En tanto, la actualización de la reglamentación térmica en Chile a partir de noviembre próximo, será otro paso importante para elevar los estándares de confort y eficiencia en los edificios. Este cambio requiere colaboración entre arquitectos, ingenieros, fabricantes y constructores, abriendo la puerta a proyectos más responsables en todo sentido.
En este mes de reflexión, vale recordar que la arquitectura no solo crea espacios físicos: también construye comunidad, identidad y futuro. Diseñar con conciencia es la mejor manera de honrar nuestra profesión y de aportar a un mejor mundo.
Columna de Opinión/Liset Sapaj, arquitecta y jefa Área de Especificaciones de Volcán
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Opinión
Eficiencia Energética: La energía más limpia es aquella que no se consume.
Por María Luisa Lozano, experta en eficiencia energética y CEO de EMMA Energy
En la discusión sobre transición energética solemos pensar en grandes parques solares y eólicos, en hidrógeno verde y en electromovilidad. Sin embargo, hay un recurso que muchas veces pasa inadvertido y que es, al mismo tiempo, la herramienta más rápida, costo-efectiva y transversal para reducir emisiones: la eficiencia energética.
En Chile, la Ley 21.305 de Eficiencia Energética marcó un hito al obligar a los grandes consumidores a gestionar su uso de energía y abrir un camino hacia un consumo más racional. Pero la experiencia internacional y, sobre todo, los escenarios de la Planificación Energética de Largo Plazo (PELP) 2023–2027, recientemente aprobada por el Ministerio de Energía y publicada en el Diario Oficial, muestran con claridad que cumplir con lo mínimo ya no es suficiente. Si realmente queremos alcanzar la meta de carbono neutralidad al 2050, la eficiencia energética debe dejar de ser vista como un complemento y pasar a ser un pilar estructural de la estrategia climática.
La razón es simple. La energía más limpia es aquella que no se consume. Un edificio con aislación térmica avanzada, un sistema de calefacción distrital, una flota minera que optimiza sus consumos o un proceso industrial que reduce pérdidas energéticas generan impactos inmediatos. Menor presión sobre la infraestructura eléctrica, menos emisiones locales y globales, y un ahorro económico que fortalece la competitividad. Además, incluso las energías renovables, que emiten mucho menos que los combustibles fósiles en su operación, tienen una huella asociada a lo largo de todo su ciclo de vida (desde la extracción de materias primas y los traslados hasta la construcción, el uso y la disposición final de equipos). Por eso, no basta con reemplazar combustibles fósiles por renovables: reducir la demanda es siempre la manera más efectiva de evitar emisiones.
Los escenarios de la PELP son ilustrativos. En el de recuperación lenta, la eficiencia queda reducida a un cumplimiento normativo básico, con avances marginales. En el escenario de carbono neutralidad, en cambio, se expande en todos los sectores productivos y residenciales y se combina con la electrificación y las energías renovables. Finalmente, en la transición acelerada, hablamos de “Net Zero Buildings”, gestión inteligente de la demanda y alta penetración de tecnologías que permiten usos térmicos y motrices electrificados. La diferencia entre esos caminos marca el contraste entre rezagarnos o liderar la transición energética global.
Desde la perspectiva de política pública, esto exige coherencia y ambición. Programas de aislación en viviendas sociales, incentivos al recambio tecnológico en pymes y grandes industrias, regulaciones más exigentes en construcción y campañas educativas que muestren a la ciudadanía que eficiencia no significa privación, sino mejor calidad de vida. Para la industria minera, además, representa un desafío de competitividad, ya que los mercados internacionales valoran cada vez más el cobre, el litio o el hidrógeno de baja huella de carbono, y la eficiencia energética es parte de esa credencial verde.
La carbono neutralidad no se logrará únicamente instalando más megawatts renovables. El futuro se definirá también en las pequeñas decisiones, como la forma en que aislamos nuestros hogares, la gestión digital de la demanda eléctrica o la capacidad de reducir consumos innecesarios. La eficiencia energética es, en definitiva, el “primer combustible” de la transición, invisible pero decisivo.
Columna de Opinión/María Luisa Lozano, experta en eficiencia energética y CEO de EMMA Energy
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Opinión
Tecnología para una Agricultura Resiliente
Por: Luz María García, Gerenta General de ACTI
Chile ha construido gran parte de su identidad en torno a la agricultura, un sector que no solo provee alimentos, sino que también impulsa empleo, exportaciones y desarrollo territorial. Sin embargo, hoy enfrenta un escenario desafiante: crisis climática, escasez hídrica, presión sobre los costos y una demanda global de alimentos en aumento.
El problema no es menor. Según la Fundación para la Innovación Agraria (FIA), en Chile, cerca de un 34% de los agricultores declara no invertir en equipamiento tecnológico, y quienes lo hacen renuevan sus equipos cada cinco años o más. A esto se suma que un 70% de las pymes mantiene bajos niveles de digitalización, de acuerdo al Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Una brecha que limita la competitividad frente a mercados internacionales cada vez más exigentes en trazabilidad, eficiencia y prácticas sostenibles. ¿Cómo podemos esperar que nuestra agricultura siga siendo motor económico si no habilitamos condiciones para que incorpore inteligencia artificial, sensores, drones y sistemas de riego inteligente?
Las evidencias ya son claras. La incorporación de drones para monitoreo de cultivos permite reducir pérdidas por plagas y optimizar cosechas; actualmente operan más de 300 mil unidades a nivel global y su uso en Chile crece exponencialmente, conforme al reporte “Tecnologías y Empleo en la Agricultura: Contextos Globales y Regionales” elaborado por el Observatorio Laboral Araucanía. Los sensores de humedad y nutrientes entregan datos en tiempo real para ajustar decisiones críticas, mientras que la analítica predictiva, soportada por inteligencia artificial, anticipa escenarios climáticos adversos. Se estima que hacia 2030 el mundo enfrentará un déficit del 40% entre oferta y demanda de agua, lo que hace urgente masificar tecnologías de riego eficiente y reutilización hídrica.
Desde ACTI hemos planteado en nuestro documento posicional que la clave está en el uso estratégico de la tecnología en sectores productivos tradicionales, entre ellos la agroindustria. Proponemos una política pública intersectorial entre el Ministerio de Economía y el de Agricultura que impulse programas de adopción tecnológica, reduzca costos y aumente la productividad en territorios rurales. Asimismo, insistimos en que la inteligencia artificial sea habilitada como motor de productividad, financiando líneas de investigación aplicada en agricultura y garantizando marcos normativos que promuevan la innovación sin sobrerregulación.
El rol de la tecnología no se agota en la eficiencia. También es una herramienta para la inclusión regional. Los sistemas de monitoreo remoto, el acceso a plataformas colaborativas y el e-commerce agroalimentario permiten a productores de zonas aisladas conectarse con mercados globales. Esto abre la puerta a descentralizar oportunidades y a que la economía digital se convierta en un vector de desarrollo territorial.
La agricultura del futuro no puede construirse de espaldas a la transformación digital. Requiere inversión en talento, marcos regulatorios inteligentes y una alianza sólida entre Estado, empresas y academia. Los países que han logrado liderar esta transición lo hicieron equilibrando protección y fomento a la innovación. Chile tiene la oportunidad de replicar ese camino, pero debe decidirse a tiempo.
Si algo nos enseña la historia agrícola de Chile es que siempre hemos sabido adaptarnos. Hoy esa adaptación se llama digitalización y apostar por ella no es una opción, es una necesidad estratégica para el futuro de nuestro país.
Columna de Opinión/Luz María García, Gerenta General de ACTI
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Opinión
Chile frente al desafío de ser Hub Digital
Por Carlos Giraldo, Country Manager de IFX Chile
El mundo genera datos a una velocidad sin precedentes. Cada interacción digital, desde una foto almacenada en la nube hasta los algoritmos de inteligencia artificial, incrementa una demanda que no conoce retroceso: más capacidad de cómputo, más almacenamiento y, en consecuencia, más data centers.
En este escenario, Chile ha sorprendido. Nuestro país ocupa hoy el segundo lugar en capacidad instalada en Latinoamérica, con cerca de 270 MW, superando a economías mucho más grandes. Este logro no responde a la casualidad, sino a la visión estratégica que, durante más de una década, ha tratado la digitalización como una política de Estado. Agenda digital, cables submarinos, ley de protección de datos y un marco regulatorio sólido han sido las bases de esta ventaja competitiva.
Pero un hub digital no se sostiene solo en infraestructura. Chile ofrece también condiciones únicas: conectividad de alta velocidad, estabilidad jurídica y una ubicación privilegiada en el Pacífico que nos conecta con el Cono Sur y Oceanía. Todo ello nos convierte en un nodo natural para la región.
Sin embargo, el desafío es inmenso. La industria de data centers depende de un insumo crítico: la energía. Con el crecimiento exponencial de los datos, la demanda eléctrica de estas instalaciones se multiplica y amenaza con sobrepasar la capacidad actual de generación y transmisión. En este punto, el debate ya no es si necesitamos nuevas fuentes, sino cuáles adoptaremos. Desde renovables hasta la energía nuclear de nueva generación, la discusión debe ser técnica, pragmática y urgente.
Nuestro país tiene la oportunidad de pasar de ser receptor de inversión tecnológico a convertirse en líder en innovación digital. La clave estará en no perder el impulso, consolidar el trabajo público-privado y anticipar los retos energéticos que definirán la competitividad de los próximos diez años.
Un hub digital no es un punto de llegada: es una carrera de resistencia. Y Chile debe estar preparado para correrla.
Columna de Opinión/Carlos Giraldo, Country Manager de IFX Chile
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